El miedo se origina por el desconocimiento, por la falta de experiencia sobre un área de nuestra vida que nos da vértigo experimentar. El miedo es una fuente de seguridad para la supervivencia más básica y por ello está instalado en nuestro cerebro como una especie de mecanismo de ‘backup’ que consiste en volver a ser la versión que siempre fuimos. La Luna contiene el potencial o capacidad que tenemos de retornar a una versión más antigua de nosotros mismos; pareciera que el miedo siempre es una opción. Es una gran energía destinada a reinstalar en nuestro disco duro el sistema operativo de hace diez años.
El miedo nos atrapa en nuestra versión caduca. Retiene nuestra energía para evitar correr riesgos. Es un poderoso instrumento para vivir en el mundo de los sueños, de los deseos, de las irrealidades, de las expectativas que posiblemente nunca se cumplan, pero que nos sienta bien creer en ellas. Es una energía que siempre aspira a que llegue un salvador y nos saque de nuestro sufrimiento. Es una energía de espera; ya llegarán tiempos mejores.
Lo que sucede es que a menudo esos nuevos días no llegan si uno no les crea, no los genera, y entonces esa versión renovada no se alcanza. La energía de la Luna se convierte así en un retén, en un paralizador, en un seguro de que se producirá siempre la misma historia, una y otra vez. Pareciera que la propuesta, que la provocación de sobrevivir es más fuerte y más segura que la opción de decidir, de asumir la voluntad personal y crear el propio destino.
Por ello la energía de la Luna es una energía que “arrastra” a repetir esos procesos, patrones, modelos que aprendimos de nuestros padres, abuelos y bisabuelos y que a ellos les funcionaron.
El miedo paraliza, congela, detiene y apuesta por el pasado conocido, aunque muchas veces sea doloroso.
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